Por Patricio Tesei
(DyN) – En sus primeros seis meses de gobierno, Mauricio Macri replicó los modos y la forma de gestionar la ciudad de Buenos Aires durante 8 años: un sistema de toma de decisiones anclado, en buena parte, en el método de “prueba y error”, pero también en la autoproclamada apuesta por el diálogo y la rectificación cuando así lo amerite.
A modo de ejemplo, se dieron tres casos puntuales en este primer semestre: En primer término la designación vía Decreto de Necesidad y Urgencia de Horacio Rosatti y Carlos Rosenkrantz como jueces de la Corte Suprema de Justicia.
Luego el incremento indiscriminado en las tarifas de luz y gas como parte del sinceramiento de la economía.
Y finalmente el tercero, más reciente, fue la inclusión del artículo 85 en la ley de pago de juicios y actualización de haberes a jubilados, que dispone penas de prisión y multas a “terceros” que divulguen información sobre el blanqueo de capitales propuesto por el Ejecutivo, un dardo venenoso al ejercicio del periodismo.
En los tres casos, por nombrar sólo algunos de los varios, el Gobierno debió dar marcha atrás, sobre todo cuando amplificaron las críticas los aliados formales en Cambiemos, como la diputada nacional Elisa Carrió, y también los circunstanciales, como el referente del Frente Renovador Sergio Massa o los gobernadores provinciales.
Sobre este último grupo se recuesta la estrategia parlamentaria de Cambiemos, a cargo del ministro del Interior, Rogelio Frigerio, y el presidente de la Cámara de Diputados, Emilio Monzó.
La diputada nacional por el GEN Margarita Stolbizer advirtió los riesgos de este sistema de gobierno en las últimas horas: “Siempre manifiestan voluntad de rectificar errores, pero eso mismo los vuelve cada vez más vulnerables”.
La visión del Ejecutivo nacional es más optimista. En diálogo con DyN, un importante funcionario aseguró: “En la Ciudad lo hicimos muchas veces, creemos que es una virtud; cuando te equivocás, reconocerlo, pedir disculpas y modificar en lugar de ser obstinados en el error”.
Otro funcionario con despacho en Casa Rosada prácticamente minimizó los deslices, los redujo a la esfera del círculo político, y puntualizó que el gobierno tomó “1500 medidas en 6 meses”; aunque algunos en el frente temen que las idas y vueltas se conviertan en “una debilidad política a la hora de negociar”.
Señalan que el sistema de la prueba y el error se transforma en una bomba de tiempo cuando la comunicación desplaza “a tiempo completo” a la política, y cuando los interlocutores de ejecutarla no resultan los más adecuados: lo advirtió hace varias semana el gobierno, que rápidamente tuvo que mandar a la cancha a su mejor argumentador, el jefe de Gabinete, Marcos Peña.
Hay mas ejemplos, menos relevantes: la marcha atrás en el oficialismo a la propuesta de campaña de avanzar con la figura del arrepentido en casos de corrupción, o el cambio de postura de la titular de la Oficina Anticorrupción, Laura Alonso, sobre la confidencialidad del acuerdo entre la estatal petrolera YPF con Chevrón.
En tan solo una década el PRO nació, se desarrolló, se reprodujo y alcanzó el poder, producto de una alquimia política en donde pudo instalar en la mayoría de la sociedad que las formas son tan importantes como el contenido, el gran contraste con el kirchnerismo.
El peligro es dar una imagen de inexperiencia. Ya lo adelantó el propio Macri cuando inauguró en marzo de este año las sesiones ordinarias del Congreso: “Cuento con ustedes para gobernar. Necesito de su aporte. Necesito que nos marquen nuestros errores, porque sabemos que no somos infalibles”.
Y lo ratificó Frigerio el pasado fin de semana: “Nos equivocamos y nos vamos a seguir equivocando, probablemente cada vez menos porque estamos a la par reconstruyendo el Estado”.